A diferencia de otros muchos países, la formación audiológica en España no se imparte en estudios superiores. Nuestro país está en clara desventaja con otras naciones, que sí que cuentan con la figura del audiólogo con formación universitaria, habilitado para la prevención, diagnóstico, evaluación, tratamiento y rehabilitación de las alteraciones auditivas y vestibulares.
Para hablar de la formación de los audiólogos de hoy, quizás debamos mirar retrospectivamente el origen de una ciencia que surge en el siglo pasado ligada a la medicina aunque antes, a finales del siglo XIX, fueran los otólogos alemanes los que desarrollaron los primeros procedimientos para la evaluación de la audición. Un desarrollo que se vio marcado por hitos como la construcción de los primeros audiómetros por Schwartz (1920) y Fletcher (1926), la aparición y uso del audiograma promovido por Fowler, Weigel y Fletcher (1922), el primer audiómetro automático de Bekesy (1947) y por otros muchos avances científicos y tecnológicos.
Además, hay que añadir un punto en la historia de gran trascendencia en todos los ámbitos, también en el audiológico, como fue la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
En este momento, fue tal el impacto que tuvo la contienda en la audición de los soldados (que constituían un grupo tan numeroso) que el estudio de la audición ligado a la rehabilitación cobró un gran énfasis, dando comienzo a una nueva ciencia de la audición y la rehabilitación. De hecho, el término audiología comienza a utilizarse en las publicaciones en los años 40, década en la que también empieza a impartirse alguna formación para audiólogos ligada a las universidades.
Sin embargo, la formación universitaria que habilita tanto para la evaluación, diagnóstico, tratamiento protésico y rehabilitador no llega a desarrollarse en nuestro país. Hoy en día las únicas titulaciones oficialmente reconocidas por el Ministerio de Educación son el Ciclo Superior de Formación Profesional en Audiología Protésica (impartido en 34 centros) y un Máster en Audiología. Y es el Real Decreto 1685/2007 el que determina las competencias generales del audiólogo protésico: seleccionar y adaptar prótesis auditivas realizando la evaluación audiológica, el seguimiento del usuario y el mantenimiento de las prótesis y determinar medidas de protección acústica a partir de la evaluación de los niveles sonoros.
Más allá de las fronteras
Comparando nuestra situación con la de otros países de dentro y fuera de la Unión Europea, se constata una situación de desventaja tanto en la formación, como en las competencias profesionales, ya que países como EEUU, Australia, Reino Unido e Irlanda cuentan con la figura del audiólogo con formación universitaria y están habilitados para la prevención, diagnóstico, evaluación, tratamiento y rehabilitación de las alteraciones auditivas y vestibulares. Además pueden especializarse en diferentes áreas para las que existen puestos de trabajo específicos y, como en otras carreras, se puede cursar el doctorado si se desea.
Estos mismos países también cuentan con otros perfiles profesionales con un rango inferior en cuanto a formación (no universitaria) y funciones, como los audioprotesistas, audiometristas, técnicos de audífonos, etc. Sin embargo, la duración de su formación teórica y práctica es superior a los dos años pudiendo llegar a los cuatro en algún país.
Dadas las diferencias en la formación y en las competencias profesionales entre audiólogos y audiólogos protésicos y no teniendo en nuestro país la opción de realizar estudios superiores que habiliten para desempeñar el perfil profesional del audiólogo, ¿qué hacemos los audiólogos protésicos? Pues continuar formándonos una vez finalizados los estudios, ya que el ejercicio profesional nos demanda unos conocimientos con los que no contamos. Y entonces ¿qué tenemos que hacer? Demandar formación continuada de calidad y luchar porque la audiología protésica tenga cabida en el sistema sanitario público, y también para que la audiología y el audiólogo ocupen el puesto que se merecen dentro de nuestro sistema educativo y sanitario. Y si la realidad se refleja en la lengua, quizá debamos empezar por conseguir que ambos términos aparezcan en el diccionario de la Real Academia Española.