– REDACCIÓN GA
La similitud entre música y universo no es una idea nueva. Pitágoras dedicó una gran parte de su vida a estudiar la naturaleza de los sonidos musicales y su relación con las matemáticas, y llegó a sostener que las órbitas de los cuerpos celestes producían sonidos que armonizaban entre sí, dando lugar a una perfecta melodía, universal y permanente, a la que bautizó con el nombre de «Música de las Esferas».
Su estela fue seguida por Kepler o John Cage, que se reafirmaron en la idea de la existencia de un universo regido por las leyes de la música.
A finales del siglo XX, Murray Schafer acuñó el término «paisaje sonoro» para definir el entorno en que vivimos, integrado por todo tipo ruidos y sonidos, pero también por el preciado silencio. Para este escritor-compositor, es necesario escuchar todo lo que nos rodea para saber qué sonidos queremos conservar en la memoria, volver a escuchar o simplemente, evitar. Así, el mundo sería una composición musical que se despliega a nuestro alrededor y de la que somos protagonistas, tanto al percibirla como al contribuir a su creación.
Schafer, en una de sus obras, nos deja una excelente reflexión sobre esta idea: «el entorno sonoro de cualquier sociedad es una importante fuente de información… el silencio es un estado positivo… me gustaría ver que dejamos de manosear torpemente los sonidos y comenzamos a tratarlos como objetos preciosos».