Análisis de candidatos: una de las claves del éxito audioprotésico
Muchas veces, como audiólogos, nos gustaría tener en nuestro poder la fórmula del éxito para conseguir que todos aquellos pacientes que acuden a nuestro gabinete, finalmente se adapten el audífono con el que mejorar su calidad de vida. Para nosotros, esa es sin duda, la mayor satisfacción. Sin embargo, sabemos que no lo lograremos con todos ellos. Quizá, si dedicáramos algo de tiempo previamente a analizar a nuestros candidatos, podríamos reducir al mínimo ese porcentaje de indecisos.
¿Es mi paciente un buen candidato para la adaptación de audífonos? ¿Conseguiré una buena aceptación?
Estas y otras preguntas asaltan al audiólogo cuando un paciente con hipoacusia susceptible de adaptación protésica acude a su centro por primera vez. Sabemos que, a pesar de los evidentes avances tecnológicos de los últimos años, solo alrededor del 25% de los pacientes con pérdida auditiva se adaptan audífonos. Es posible que el aumento de la indicación por parte de los especialistas ORL (otorrinolaringólogos) haya incrementado este porcentaje en cierta medida, en la actualidad, pero, aún así, la penetración en el mercado en lo que respecta al uso de audífonos es baja, y las razones por las que la población no los utiliza son complejas.
En realidad, el grado de pérdida auditiva, que podría considerarse un factor de peso a la hora de tomar esta decisión, no siempre es el más importante, sino que pueden pesar más otros aspectos como la motivación para mejorar la audición, la estética o las dificultades económicas.
Si observamos el proceso desde el principio, el simple hecho de tomar la decisión de acudir a un centro auditivo en busca de ayuda ya es en sí complejo y supone un esfuerzo. La forma en que el paciente calibre este esfuerzo depende en gran medida del motivo que le ha llevado hasta allí; aquí nos encontramos con el primer elemento que conviene analizar. Aunque pueda parecer una obviedad o podamos pensar que no vale la pena plantear esta pregunta porque de antemano conocemos la respuesta, muchos nos sorprenderíamos con las contestaciones de algunos pacientes a una cuestión sumamente directa y simple: «¿Por qué ha venido usted?».
En su respuesta está la génesis de nuestro análisis de los candidatos. No es lo mismo cuando el paciente responde «porque me doy cuenta de que en determinadas situaciones como en las reuniones de amigos o de trabajo, no entiendo bien» o «porque tengo que poner la televisión demasiado alta para entenderla», que cuando responde «he venido porque mi mujer dice que no me entero».
En los dos primeros casos, ya contamos con un dato favorable, y por tanto, hemos avanzado algo en nuestro camino hacia una adaptación de éxito; el paciente es consciente de su limitación, y está con nosotros porque quiere hacer algo para mejorar. Sin embargo, en el último caso, es primordial que enfoquemos adecuadamente nuestro primer contacto con el paciente y que hagamos hincapié en que sea él mismo, y no sus allegados o familiares, el que tome conciencia de su dificultad auditiva. Para ello, es de vital importancia una buena anamnesis (siempre lo es, pero especialmente en estos casos) preguntando en ella sobre diferentes situaciones auditivas o a través de cuestionarios ya diseñados con ese objetivo y que puedan ayudar a que el paciente caiga en la cuenta de que, ciertamente, – y esta es la expresión estrella – «se apaña» con lo que oye, pero su situación auditiva es claramente mejorable.
De hecho, para definir adecuadamente el perfil del buen candidato adulto desde esta primera consideración, podríamos decir que sería aquel que combina la presencia de una pérdida auditiva que dificulta su comunicación (o genera otras dificultades auditivas) y la motivación para mejorar su audición. Puede parecer paradójico, pero la realidad es que, sorprendentemente, hay pacientes (no pocos) que asisten a nuestra consulta para realizar una evaluación de su pérdida auditiva, pero rechazan las recomendaciones para remediarla.
Numerosos estudios se han centrado en evaluar las mejores estrategias de consejo terapéutico y de acercamiento a los pacientes, ya que parecen tener una influencia directa en los resultados del tratamiento, independientemente de la pérdida auditiva. Así, la investigación desarrollada por Ricketts, Bentler y Mueller (2017) concluye que a menudo, a los pacientes les condiciona más lo que nos preocupamos por ellos que, por ejemplo, nuestro nivel de conocimiento. Para estos autores, es imprescindible invertir en el comienzo, es decir, establecer una relación cercana y favorecer un entorno de confianza de forma rápida.
Aparentemente, uno de los elementos clave para crear ese entorno de empatía es generar un marco de «escucha activa» en el que el audiólogo plantea preguntas abiertas, que no se contestan solo con «sí» o «no», y mantiene una actitud de interés, alentando al paciente a expresarse con tranquilidad y confianza. En este punto, no se trata solo de profundizar en las razones que le han llevado hasta el centro auditivo, sino también de averiguar sus demandas, expectativas y preferencias acerca del tratamiento. Algunos estudios confirman que aquellos pacientes que son escuchados en lo relativo a sus demandas y preferencias están más satisfechos con su tratamiento, independientemente de que este se adecue o no a sus expectativas.
Parece también importante respetar un espacio para responder a las emociones del paciente, y esto no necesariamente tiene que ser laborioso ni tampoco ocupar mucho tiempo; solo consiste en prestar atención a los detalles. Por ejemplo, si un profesor de universidad manifiesta que está considerando jubilarse, podría ser que las dificultades de comunicación con los alumnos sean la causa subyacente para llegar a esa consideración. Preguntar, por ejemplo, si le gusta la música o, en el caso de un paciente mayor, si tiene muchos nietos, puede dar pie a una nueva confesión del tipo «me encantaba ir al Auditorio, pero últimamente ya no disfrutaba igual de la música y he vendido el abono» o «siempre me ha gustado pasar tiempo con los niños y jugar con ellos, pero últimamente me cuesta entenderlos bien cuando me hablan».
En todo caso, la clave está en encontrar el camino de una relación empática que proporcione al audiólogo una base sobre la que construir todo el argumentario de la conveniencia y las ventajas de la adaptación.
Pero el trabajo de consejo terapéutico no ha hecho, en este punto, más que empezar. Ahora es necesario explicar al paciente cómo se va a proceder en la evaluación audiológica y qué pruebas van a realizarse.
Una vez concluido el estudio, y siguiendo el modelo establecido por Ricketts, Bentler y Mueller, conviene, para aumentar las probabilidades de éxito, invertir en el final. Aunque pueda parecer un aspecto no demasiado relevante, la forma en que transmitimos al paciente los resultados de las pruebas es de crucial importancia. La clave está en enmarcar toda la información que se va a compartir con el paciente en las preocupaciones que inicialmente ha manifestado. Un ejemplo de este planteamiento podría ser el siguiente:
Me dijiste que te costaba entender a tus nietos cuando te hablaban, ¿verdad? Los resultados de las pruebas que te hemos hecho indican claramente por qué tienes estos problemas. Sufres una pérdida auditiva en las frecuencias agudas que afecta directamente a la comprensión de las palabras, especialmente de niños o voces femeninas. Aquí está la explicación. Pero por suerte, podemos ayudarte a mejorar.
Se trata sobre todo de «personalizar» el diagnóstico, no de hablar de la pérdida auditiva y sus implicaciones desde un punto de vista genérico y abstracto, sino de acercarse a la idiosincrasia y circunstancias de cada paciente. Se debe presentar, en primer lugar, la información que se considere más relevante, porque suele ser la que mejor se recuerda. Puede estar apoyada por una presentación gráfica (láminas, esquemas, imágenes, etc.) y debe ser expuesta con un lenguaje fácil de entender.
En la misma línea de lo comentado anteriormente, el paciente debe conocer de primera mano nuestra opinión como profesionales respecto al tratamiento más adecuado. En no pocas ocasiones, después de haberle explicado a un paciente con hipoacusia los pormenores de su pérdida y las características de los audífonos más idóneos para él, cuando ya hemos dado el asunto por cerrado y la sesión por concluida, nos encontramos con que, al acompañarle a la puerta para despedirnos, nos pregunta… «¿Y no podría yo operarme?»
Es importante dedicar tiempo a hacer entender de forma clara al paciente por qué la mejor opción de tratamiento para él es la adaptación de audífonos y no otra. Del mismo modo, si durante el estudio audiológico valoramos que el paciente quizá podría recuperar audición con un tratamiento por parte del especialista ORL, ya sea con medicamentos o quirúrgico, debemos alentarle a que considere también la opción de consultar esta posibilidad al especialista.
En este punto de la relación audiólogo-paciente, tan importante es detectar a los candidatos reales como a los no-candidatos; y lo es, no solo para el paciente, sino también para el audiólogo, pues esto va a suponer un ahorro de energía y esfuerzo para ambos. Puede ocurrir que al concluir la visita, se perciba que el paciente no está preparado todavía para tomar la decisión y quizá necesite algo más de tiempo para asimilar la información recibida. Presionar en este punto no solo puede no ser productivo, sino que incluso podría resultar contraproducente. Es muy probable que el paciente, poco tiempo después de recibir nuestro consejo informativo, acuda por sí mismo a que le ayudemos, cosa que no hará si se siente obligado. En estos casos, lo mejor es proporcionar los detalles por escrito, darle tiempo para que los examine en su casa y reflexione con tranquilidad, y comentarle que le llamaremos en unos días para aclararle cualquier duda sobre la información proporcionada.
Del mismo modo, el paciente que ha acudido «por su propio pie» y plenamente consciente de sus limitaciones, probablemente a estas alturas tenga claro que la ayuda que vamos a proporcionarle es la mejor que puede recibir.
El modelo presentado resulta interesante y efectivo por cuanto combina la lógica de la toma de decisiones clínica con la de la interacción social, centrada en hacer al paciente partícipe del proceso, de principio a fin. Es una práctica errónea, aunque bastante común (todos los que tenemos cierta experiencia en estos temas hemos caído en ella alguna vez), la de sumergirse en explicaciones extensas y farragosas acerca de las limitaciones que produce una pérdida auditiva y de las posibles soluciones, formatos, gamas y tipos de audífonos. De esta manera, no nos paramos a intentar averiguar qué es lo que el paciente realmente necesita de nosotros, aquí y ahora, y a veces caemos en la cuenta cuando ya no tenemos oportunidad de enmendarlo. La clave está en saber escuchar, que aunque parece sencillo, a veces no lo es tanto.
Pongamos otro ejemplo, que seguramente resulta familiar a la mayoría de los audiólogos que lean este artículo. Imaginemos que llega a nuestro centro un paciente con hipoacusia que ya ha visitado otros centros auditivos y que tiene claro lo que quiere y lo manifiesta abiertamente: unos audífonos que no se vean. Supongamos que hacemos el estudio audiológico y vemos que su pérdida auditiva afecta solo a las frecuencias agudas, mientras que las frecuencias graves se encuentran conservadas. En un caso como este, todo audiólogo que se precie sabe que una adaptación de un audífono tipo CIC que ocluya completamente el canal no es la más indicada y probablemente está abocada al fracaso. ¿Qué hacer entonces?
El modelo planteado en este artículo propondría seguir la siguiente estrategia: es evidente que, tomando muy en consideración los deseos del paciente (que ya parte de la idea de que quiere adaptarse audífonos, no es mal comienzo), es necesario informarle de las ventajas y desventajas en su caso, de una adaptación abierta y de una adaptación cerrada. De este modo, el paciente es también partícipe y responsable de la toma de decisiones. Si percibimos que su idea inicial es inamovible, no será demasiado productivo insistir hasta la saciedad para tratar de convencerle de que es mejor adaptar otro formato de audífonos, porque probablemente no se mueva un ápice de su postura y perdamos al paciente, y consecuentemente la oportunidad de adaptación. Siempre y cuando contemos con esa posibilidad, parece más efectivo a medio plazo, si no hay probabilidad de hacerle cambiar de decisión, adaptarle los audífonos que solicita y que él mismo pueda valorar los beneficios e inconvenientes de dicha adaptación.
En realidad, solo pueden ocurrir dos cosas; por una parte puede que, si los audífonos quedan muy estéticos -que era su prioridad- y además percibe una mejora auditiva que el audiólogo debe corroborar objetivamente, el paciente esté conforme con el resultado aunque aprecie cierta sensación de oclusión, de forma que penalice en cierta medida la comodidad en pro de la estética. Por otra parte, podría suceder que la sensación de oclusión sea tan incómoda que él mismo solicite realizar una prueba con unos audífonos más abiertos. Esto se produciría porque, aunque haya percibido incomodidad, también ha tenido la posibilidad de darse cuenta de que con amplificación oye bastante mejor, una oportunidad que no habría tenido (en nuestro centro, al menos), si no hubiéramos escuchado sus demandas.
En definitiva, las buenas relaciones con los pacientes suelen determinar también la idoneidad de los candidatos. Los hábitos saludables en el consejo terapéutico son, como se ha mencionado aquí, elementos relevantes en la interacción con el paciente y pueden condicionar el éxito o el fracaso de una adaptación.
REFERENCIAS
Todd A. Ricketts, Ruth Bentler, H. Gustav Mueller (2017) Essentials of Modern HearingAids: Selection, Fitting and Verification Plural Publishing Inc.
MYRIAM GONZÁLEZ
AUDIÓLOGA Y AUDIOPROTESISTA
Licenciada en Pedagogía y Máster en Logopedia.
Especializada en Audiología Infantil y Evaluación de los trastornos del Procesamiento Auditivo Central.
Docente en el Máster de Audiología de la Universidad Europea Miguel de Cervantes.